Salvador Sostres con porras y azúcar

Salvador Sostres (pronunciación barceloní: [salvadó sóstras]) es un tipo polémico que vive -y disfruta- de letras provocadoras.
Es conocido por quien le conozca por ser un periodista en cuyas columnas desparrama sus pensamientos en bruto y cuya intención suele ir encaminada a provocar confrontaciones.
Como cualquier persona adicta al protagonismo, hiperboliza sus ideas hasta tal punto que su mera expresión logra suscitar reacciones extremas, generando adhesiones o rechazos por igual, para generar controversia y recibir su ansiada dosis de atención. La intención de sus escritos no reside tanto en lo que de ellos se deduce e interpreta, sino de asegurarse que su nombre esté a pie de calle. Tanto le da si es para bien o para mal pues, como todo adicto a la fama, lo que busca es simplemente ser tema de conversación.
Viene a ser un Joméiniz-Losantos a la catalana cuyo trabajo consiste en escribir o recitar sus pensamientos sin aplicarles una cepillada de prudencia, y allá cada cual con su conciencia una vez le haya leído.
Como cualquier persona encastillada en su radicalidad, suscita reacciones extremas: o es admirado o es odiado, pero en ningún caso deja indiferente. Ya se encarga él de intentarlo con todas sus fuerzas.
Para nosotros no hay duda: no encontramos un catalán mejor para desayunarlo con deleite.

Su trayectoria sólo puede comprenderse desde este prisma ególatra, cualquier otra interpretación estropearía el plato hasta hacerlo incomestible.

Pero, ¿quién es Sostres?
Quienes mejor lo saben son sus mayores admiradores: aquellos que le odian a muerte. Los fachas, esos que saben cómo culpar al hijo de los crímenes del padre, le acusan de pertenecer a una familia bien de Barcelona (un rico, pues) que, como no tiene nada mejor que hacer, se dedica a sembrar odio doquiera que pasa. Pero, por otra parte, resulta cómodo hurgar en el recurso fácil y acusar a un polemista de ser el nieto de la fundadora de Semon. Ya se le buscó padre aragonés (y benemérito) a Carod-Rovira, un padre falangista a Bono y un yerno trepa a Aznar. Y es que estos pobres centralistas no encuentran mejores dardos que los familiares.
No nos extenderemos mucho en comentar su trayectoria, disponible en cualquier google con su nombre. Tan sólo reseñaremos, en estricto orden cronológico, su "polémica colaboración" en Crónicas Marcianas, su "hirviente" artículo en Avui acerca de la pobreza de quienes hablan español, su análisis de las melopeas del Molt Honorable Pasqual Maragall y sus consiguiente efectos en la inteligencia; y por penúltimo su imprescindible duelo inter pares con el (sin par) Yoyas.

Cualquiera de estas estelares aportaciones al mejor futuro de la Humanidad habrían bastado para servirlo junto a una buena taza de La Estrella y porras con azúcar.
Sin embargo, el auténtico e inconfesable motivo por el que le hincamos el diente es, como no podría ser de otro modo siendo quien es, por una solemne tontería.
Sabiendo que, como los chichuahuas, sus ladridos son ridículamente ruidosos y molestos pero el animal es del todo inofensivo, el único miembro de la secta catalanófaga que lee El Mundo se sorprendió al ver "al Sostres" escribiendo columnas entre sus páginas. En El Mundo. Tan insólito como si Ussía se pusiera a colaborar con el Gara o Ekaizer en el ABC. No hay duda, Salvador sabía muy bien lo que se hacía. Sólo por eso se nos hizo la boca agua.

Procedimos a seguirle la pista. No defraudó. Instalado en su nueva trinchera, disparaba con gusto y placer comentando la actualidad catalana digna de publicación en Madrid, que aunque algunos crean que es mucha, en realidad no es tanta. Salvador se aburría, no parecía encontrar el tono adecuado porque, polemista como siempre, era ignorado como nunca.
Hasta hoy.

"¿Español o catalán de mierda?"
Empezó la columna con fuego, proclamándose independentista y antiespañol en el escenario más complicado posible. En realidad, esa era la única intención de todo el trasunto. Todo lo demás es paja. Salvador se había cansado de no recibir sus ansiadas dosis de hostias y optó por retornar a la senda radical.
Se encontró nuevamente cómodo en el extremismo y se adornó ("Los que tenemos claro que el Barça es el ejército de Cataluña, no vivimos contradicciones de este tipo"), rematando así a cualquier incauto desprevenido. Nada hay más delicioso que caer en esa misma contradicción a la que se acusa y pocos se han dado cuenta del doble juego que practica Sostres: ¿qué ejército sería uno en el que militaran millonarios? ¿Cuánto de catalán podría ser ese ejército plagado de extranjeros y, lo que es peor, españoles como Pedro o Iniesta?

Sólo en esa clave es posible comprender que el plato que hoy cocinamos tiene un segundo sabor, más profundo e intenso, además del inicial picante. "Al contrario de lo que tantas veces se ha querido hacer creer, el nacionalismo no limita con la universalidad ni las raíces con las alas". Obviamente sí lo hace y Sostres, desde una delicada posición funambulista, expresa así sus dudas sobre cómo compaginar universalidad con localismo: "hacer creer" siempre ha sido la clave de los que creen sin querer creerlo. Otra cosa es que lo sepan.

Especialmente sabrosas son sus propias omisiones, totalmente intencionadas. Cuando pregunta "¿por qué cuando el Barça va a jugar en el Bernabéu los hinchas del Madrid creen que animan sólo a su equipo con banderas españolas?" sabe que, si algo no falta nunca en el Bernabéu, son esas banderas españolas, del mismo modo que en el Camp Nou una gran estel·lada le guarda las espaldas a Valdés (y al portero contrario, cuando le toca) juegue el Madrid o el Espanyol, animando sólo a su equipo.
"Y bien, la mayor parte de los españoles, a diferencia de si jugara cualquier otro equipo de la Liga, querrán que gane el Ínter". Flaco favor le hace a sus propios intereses si, presa de sus propias conclusiones, acusa de chaqueterismo interista a los anti-barcelonistas cuando él mismo se "alegre de las derrotas del Madrid y de la selección española", sea quien sea el rival. Pero forma parte de la esencia de Sostres. Porque Cataluña no juega.
Aún.

Bon appétit.